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domingo, 9 de mayo de 2010

La piquera.



















En esta Córdoba de tabernas, los disciplinantes marchan sin rechistar en largas filas hacia la calle María Cristina, hacia casa Rafaé, hacia el 6, los Mochuelos, los Mosquitos, Casa Salinas...la penitencia se lleva por dentro en forma catavinos o de Santa y Beata Maceta, que en el tiempo se perdió. Régio y santo latigazo en el Gallo y ya no te tienes que confesar hasta que Dios quiera o mejor dicho, hasta que el látigo quiera. El látigo del Gallo, al igual que el de Plateros o el del Gran Barquero, no es como el látigo viejo de cuero, que cada cual tiene que darle vida y movimiento para cumplir con su cometido, que es aliviar los pecados del alma, hiriendo y sangrando el lomo del penitente. El látigo de la vid tiene vida propia y llama al alma a redimirse en lo más intimo de cada cual.

En esto, y que los cordobitas me perdonen, también nos parecemos a nuestros hermanos sevillanos. Que nos gusta aliviarnos los pecados del cuerpo con la disciplina que más embriaga, la del zumo de uva.


En esta Córdoba disciplinante, cada taberna tiene un lugar donde lo más recondito del alma tiene un sitio, un lugar, un refugio...cada taberna posee su escondrijo libre de la vista y la mirada del extraño: la Piquera.


Con ese nombre creamos esta nueva sección, para mostrar aquellos rincones intimos que los cofrades aún mantenemos sin barrer.


La Piquera, bendito confesionario del cuerpo...y del alma.

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